Quizá es que nací en el agua…
Y las olas ya me golpearon en diversas ocasiones
contra las rocas,
Y las sirenas me acompañaron de la mano hacia un
lugar a salvo.
Y es por eso,
Que a veces me mareo,
En la marea,
Y pierdo el norte y el sentido,
Y decido salir a la orilla,
Y permitir sus caricias con el oleaje…
Y observar la marea,
Y amarla con la luz de las velas,
De los barcos que navegan a través de ella.
Para no ahogarme ni asfixiarme,
Que no me lleven a profundidades ajenas…
Quedarme con mis aletas,
Con mis cantos suaves, incoherentes y alerta.
Con los juegos que inventé,
Sin conocer las reglas.
Con la locura turbia,
Que remueve, acerca y aleja.
Y es que me encanta nadar,
Y salir a tu encuentro…
Y fluir entre seres vivos y muertos.
Sí, Asana... Hay algo -siempre- en la memoria interio, algo indefinible que indica el camino a seguir o simplemente el el contemplar el mar desde la orilla.
ResponderEliminarNadar en las propias aguas, dejando que mande la corriente, fluyendo.
Besitos, guapísima
Gracias. Qué hay de malo, en que me guste el mar, desde mi isla, desde la orilla, desde el más allá...o desde el más acá...
ResponderEliminarUn abrazo